JUICIO CONTRA EL REPRESOR GREGORIO MOLINA
TESTIMONIO MIGUEL ANGEL CIRELLI
Miguel Angel Cirelli, militante del Peronismo Auténtico en la época de los hechos. Cirelli relató que el día 15 de setiembre de 1976 cerca de las 2:00 horas se encontraba durmiendo en su domicilio, cuando varias personas de civil entraron a su casa, le vendaron los ojos, dieron vuelta la casa y se llevaron todo. A sus hijos los encerraron en el baño mientras que él era golpeado en la cocina. Recordó que gritaba que por favor no se llevaran a su esposa, pues tenían cuatro hijos.
Fue así que a ella la dejaron y sólo lo llevaron a él, por lo que lo encapucharon y lo subieron a un jeep. Recordó que pasaron por el GADA 601 y que después llegó a un lugar donde pudo ver el resplandor de unas luces naranjas. Allí lo hicieron bajar a empujones por unas escaleras, sin embargo logró no caerse ya que tenía claro que si se caía lo golpearían salvajemente. En ese lugar se escuchaba el ruido de los aviones y percibió que había más gente. Lo sentaron encapuchado y con las manos atadas contra una pared. Se dio cuenta de que al lado suyo estaba su hermano, a quien reconoció por la respiración, ya que tenía problemas bronquiales. Supo después que a su hermano lo liberaron a las veinticuatro horas por gestiones del ex Intendente Fabrizio. Al rato de haber llegado, una persona lo interrogó sobre nombres de militantes y cuando se dio cuenta que omitía nombrar a Mauro Dadatto le dijo "te ganaste la parrilla". Por la tarde lo torturaron con picana eléctrica, mientras lo interrogaba Cativa Tolosa y tres o cuatro personas más. También contó que lo sacaron dos veces a recorrer la ciudad con la intención de que señalara gente y lugares. En esas oportunidades pudo ver a dos de los captores ya que le sacaron la capucha: uno era de aproximadamente treinta años, rubio y de 1,75m de altura; el otro de 1,80m, probablemente correntino, morocho y de bigotes finos.
Durante su secuestro charló con Roberto Allamanda, que era evangelista, con quien acordó avisar a las respectivas familias en caso de que alguno saliera.
Recordó un episodio en el cual se escuchó un tiro, supo que el herido fue un sacerdote y le dijeron que había muerto.
También evocó haber oído voces de mujeres en la habitación de al lado y que los torturadores entraban a dichas habitaciones. Allí escuchó que eran violadas sistemáticamente. Afirmó que el que las violaba era una persona con voz muy particular, muy gruesa, muy fuerte, parecida a la de un locutor y afirmó que esa voz correspondía a Molina, el acusado en esta causa. . Aclaró que se dio cuenta de esto al escuchar al imputado en su declaración en el Juicio por la Verdad. Cirelli relató que durante su cautiverio pudo escuchar como Molina trababa de seducir a las prisioneras diciéndoles “que ellas sabían lo que les convenía”. Resaltó especialmente dos casos: una mujer de nombre Elsa y la esposa de un militante trotskista, muy jóvenes ambos y con los que se ensañaron especialmente, a él lo picaneaban con un cable que colgaba de la pared del pasillo por pura diversión.
Volvió a asegurar que le constaba que las mujeres eran violadas porque se escuchaba absolutamente todo lo que pasaba.
También recordó que durante su primer secuestro lo mataron a Cativa Tolosa y que como represalia molieron a palos a todos los detenidos.
Lo liberaron el 14 de octubre de ese año, tirándolo desde un automóvil en marcha por la zona de Punta Mogotes, junto a otro muchacho de nombre Eduardo, estudiante de arquitectura e hijo de los dueños de la panadería Rex, quien estaba muy asustado. A los seis meses lo volvieron a secuestrar de su casa, era el 22 de abril de 1977, y permaneció detenido hasta fines de abril de ese año. Lo llevaron al mismo lugar, se encontró otra vez con Roberto y fue nuevamente torturado. Le preguntaron por Hugo Suarez y Roberto le contó que a él le preguntaban lo mismo.
Mientras tanto su mujer presentó denuncias en la comisaría lV, en el GADA, e interpuso Habeas Corpus. Lo liberaron en Alberti y 180, y dado que vio las luces de Champagnat, caminó hacia allí y el lechero lo hizo entrar escondido a su casa. Ese mismo día armó las valijas, se fue a Bs. As. y de allí a España, en donde estuvo exiliado diez años y medio.
A partir de estos hechos le quedó un terror nocturno, todas las noches se despertaba con pesadillas soñando que estaba en la parrilla. En España se sentía un paria y manifestó que cuando finalmente consiguió trabajo “me volví a sentir persona”. También explicó que al día de hoy sus dos hijas mayores tienen problemas psicológicos y que sus hijos menores no pudieron entrar solos al baño por mucho tiempo.
Al final le preguntaron por un llamado que recibió su familia en Mar del Plata, cuando él vivía en Barcelona. En ese llamado, alguien haciéndose pasar por la dueña de la pensión donde vivía, les avisó que él había muerto. Ese llamado fue atendido por su segunda hija, que tenía nueve años en ese momento.
La dueña de la pensión fue contactada por la familia y él se pudo comunicar con ellos con gran esfuerzo y desesperación, para hacerles saber que está vivo.
Tal era su estado emocional y psicológico, que una vez caminando por la ciudad de Barcelona, al escuchar una explosión, se tiró al piso.
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